Aquí cuelgo una reseña publicada hoy en El Comercio sobre lo que fue el reciente coloquio Reflexiones en torno al Arte Contemporáneo en el Perú llevado a cabo en la Casona de San Marcos. No pude asistir lamentablemente pero trataré de encontrar archivos sobre este evento el cual hasta ahora no he encontrado opiniones o conclusiones, quizás por la prontitud de su realización.
INCLUYE EL TEXTO PRESENTADO POR EMILIO SANTISTEBAN
13 de mayo 2010. Aula de Grados del Centro Cultural de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Texto de mi intervención en la mesa del coloquio.
Agradezco al Museo de Arte de la Universidad por haberme convocado a coloquiar con ustedes esta tarde.
Bajo el título Arte y curaduría y el subtítulo Nuevas visiones y otros retos, San Marcos nos propuso preguntarnos por cuatro aspectos: Las problemáticas y crisis de las políticas culturales; el profesionalismo en la multidisciplinariedad; los espacios y la renovación; y las practicas desde el diálogo curador – artista / artista – curador.
La lista es amplia, diversa y divergente. Permítanme estructurar lo solicitado de un modo conveniente a mis limitaciones y, por supuesto, a mi sesgo e intenciones deliberadas.
Prefiero pensar en visiones necesarias antes que nuevas, y en retos realmente otros, distintos a los que la curaduría de arte y el arte contemporáneo acostumbran ponerse. Estos retos y visiones en un país multinacional requieren una multidisciplinariedad ad hoc y un profesionalismo también ad hoc que no pasan por el competivismo transnacional bullente entre los agentes artísticos.
Las políticas culturales, siempre en crisis, requieren espacios renovados que no necesariamente son aquellos en los que usualmente pensamos de modo triunfalista los artistas y curadores de arte en este periodo de globalización comunicacional, política y económica en cúspide. Un Museo de Arte Contemporáneo, una sala institucional de arte financiada por algún organismo de cooperación internacional, o una galería de arte que lleva pinturas peruanas a ferias aquí y allá no son más que fiebre financiera disfrazada de sofisticación intelectual, otra táctica de la estrategia del crecimentismo económico que más temprano que tarde nos hará reventar a todos, todos.
Un diálogo entre artista y curador (que cada vez más ocurre al interior de la misma persona individual, o entre dos medias personas que juntas se completan), es fructífero sólo si tiene como interlocutor principal ese espacio amplio de interacción entre creatividad, significación y vida que es la sociedad como conjunto; y lo social, para la gran mayoría de terrícolas es un tema local de pocos kilómetros a la redonda de principio a fin de sus vidas. Mientras el diálogo artístico sea un diálogo transnacional sobre-especializado, como producto y servicio mercantil que es o aspira a ser de alto valor agregado en el comercio internacional, no será respuesta a una necesidad real de una nueva visión de nuestro espacio cultural.
Saltémonos olímpicamente la atención al medio artístico contemporáneo y sus instituciones e intereses aunque tal vez se piense que para hablar de ellos es que hemos venido. Hablemos de la idea de un Ministerio de Cultura, que debería liderar la visión que arremeta los retos no tan nuevos pero indispensables que tenemos, y del que parece que hemos dejado de preocuparnos tras la breve fiebre de debates al respecto hace varios meses.
¿Un Ministerio de Cultura del Perú o de San Isidro?
Las naciones crean ministerios para sus asuntos vitales más complejos, e instituciones de menor envergadura para que ejecuten “en pequeño” las políticas ministeriales “grandes” requeridas por dichos asuntos.
Si la cultura no fuese un asunto complejo y fundamental para que los peruanos caminemos hacia un país feliz y sostenible, no valdría la pena hablar de su ministerio. El Ministerio de Cultura es una necesidad básica para salir adelante porque la cultura es el camino clave para resolver la mayoría de las trabas que hacen de este país el gran cometedor y repetidor de errores que es: su racismo y clasismo, su fragmentación por múltiples incomprensiones, resentimientos y remordimientos, su cultivo del interés de los unos a costa de la exclusión de los otros, su naturalizada corrupción, etc. Baste pensar en nuestra cultura de la desigualdad para empezar a justificar un ministerio.
Es legítimo guardar serias dudas sobre la claridad de visión de un hipotético ministerio de cultura: muchas colectividades son absolutamente invisibles para los sectores dirigentes de la estructura social, muchas realidades culturales solamente existen como mercancía turística, paliativos de malas conciencias o pantallas electorales. Lima lo decide todo, y en ella, a pesar de confluir muchos orígenes del país, sólo ciertos perfiles socioculturales tienen cabida en la esfera oficial y en el poder político y simbólico. En este contexto es que la mayoría de quienes han hablado de crear el Ministerio de Cultura imaginan un ministerio de las industrias culturales, las artes y la conservación monumental, del patrimonio cultural exportable y la tecnología.
Sin negar dichas funciones, lo que más necesitamos es un ministerio que dirija sus principales esfuerzos hacia la cultura como tejido del entendimiento entre sociedades, comunidades, grupos y personas, como ecología de la presencia humana en el territorio, promoviendo y organizando la construcción de una dignidad intercultural. Y es que, con decenas de grupos étnicos y culturales diferentes de los cuales Lima –la que decide- solamente reconoce cuatro o cinco sin necesariamente respetarlos a todos, no podríamos entender otra forma en la que “lo cultural” fuese asunto público de vital importancia.
Si el Estado va a destinar presupuestos, dictar políticas, administrar y ejecutar en cultura, no nos servirá gran cosa que lo haga para exportar más gastones acurios, explotar turísticamente nuestras “riquezas culturales” o crear fondos para las artes. Sin un cambio intercultural real, sólo beneficiaría a esa especie de clúster culturoso asentado en la zona que componen en Lima los distritos de Barranco, Miraflores, San Isidro, parte de Surco y parte de Chorrillos.
No se trata de lo popular urbano o lo tropical andino como recursos fáciles de cierto perfil del mercado del arte coleccionable-museable o del mercado discográfico de espectáculos, del mismo modo que tampoco se trata de impulsar la hyperhibridación mediática como mero juego de posibilidades o como astuto enlace corporativo entre responsabilidad social cultural e industrias de las comunicaciones tecnológicas. Se trata de desjerarquizar nuestra organización como país y las relaciones entre sociedades y comunidades en el territorio. Tarea difícil, pero que igual debemos abordar como debe lucharse contra el calentamiento global aunque todo indique que estamos perdidos. Es que un ministerio peruano de cultura sin un imperativo ético –constructor de un futuro de paz en ciudadanía universal plena- no tiene excusas para existir.
No todo sentido cultural es sano ni sagrado, y por tanto un ministerio de cultura no puede excluir de su mandato un trabajo por la construcción de una inexistente cultura del sentido crítico ciudadano que, por tanto, revierta no solamente nuestras culturas de la exclusión y conflicto, sino también las de corrupción, informalidad e improvisación, y sobre todo esa cultura urbana (y todavía artística) de la apolitización, que no es otra cosa que promover la ignorancia y desarticulación social del individuo.
La interdisciplinariedad profesional que interesa tener es aquella que permita un ministerio cultural capaz de “negociar” sus asuntos con otros ministerios de igual a igual: con Agricultura y Ambiente edificar políticas sobre derechos culturales y de recursos naturales de las culturas campesinas, frecuentemente atacadas por el “desarrollo” que las ignora; con Comercio Exterior y Turismo, y Relaciones Exteriores el derecho de administración comunitaria de recursos culturales, y el respeto de las tradiciones menos “rentables” desde la perspectiva del mercado y geopolítica globales; con Defensa, Interior y Justicia el pleno y cabal respeto a la vida, dignidad, existencia y reconocimiento para las etnias menos incluidas; con Economía y Finanzas, Energía y Minas, Producción, y Trabajo y Promoción del Empleo una política en la que las inversiones no pisoteen los derechos culturales de ninguna comunidad e incluyan a todas en las oportunidades de acceso al bienestar sin sacrificar sus culturas; con Educación una política educativa multilingüe de calidad para todos y adaptada plenamente a la historia, geografía y usos locales en el seno de toda comunidad cultural; con Mujer y Desarrollo Social políticas integradoras que corrijan nuestras exclusiones de género y edad, tan culturalmente arraigadas; con Transportes y Comunicaciones una verdadera integración intercultural y diálogo mediante la infraestructura y uso de las comunicaciones; con Salud el respeto y promoción del conocimiento medicinal ancestral acumulado; con Vivienda, Construcción y Saneamiento que las más apartadas comunidades culturales no sigan perdiendo a las generaciones que les dan continuidad a causa de la falta de infraestructura y servicios en sus territorios; y en el seno de la Presidencia del Consejo de Ministros velar porque la cultura -entendida en estos términos- sea eje central del planeamiento estratégico nacional sin ser empleada como instrumento de manipulación política.
El diseño legal de este ministerio crea viceministerios de Patrimonio Cultural, de Fomento de las Artes y las Letras, y de Ciencia y Tecnología, pero olvida un viceministerio dedicado expresamente a los Derechos Culturales y la inclusión intercultural para integrarnos entre nosotros y en América Latina, y tampoco proyecta uno para promover una cultura de ciudadanía y derecho en un país culturalmente corrupto, ni siquiera órganos de línea dedicados a tales asuntos bajo alguno de los viceministerios sí incluidos. Nada de eso. Contempla más error histórico a pesar de declaraciones de objetivos y finalidades relativas a la integración cultural de todos los peruanos que no guardan coherencia con la estructuración y funciones esbozadas. Por el contrario, parece atender una perspectiva centrada en el cultivo de mentalidades mercadoglobales, de las artes, las ciencias e industrias que están acabando con el planeta, y la gestión rentista del patrimonio histórico y monumental.
En un país en el que Lima impuso a Alan García en el poder, no reaccionó con altura ante la tragedia de Bagua, insiste en ignorar las urgencias planteadas por la CVR, y olvida mañana la corrupción destapada ayer, podemos sospechar las razones para no concebir un ministerio descentralizado que logre pluriculturalizar la conceptualización misma de los asuntos culturales.
No sorprende que nada de esto parezca tema interesante a nuestros círculos intelectuales del arte contemporáneo en Lima. Centrados, como siempre hemos estado, en nuestro mundillo elitista del arte, nos dejamos cautivar y obnubilar por las posibilidades que el capitalismo financiero ofrece a la realización de nuestras fantasías, sin importar su pertinencia sino enfocados en lo que ello puede significar en términos de desarrollo profesional individual o satisfacción de expectativas simbólicas de grupo. En este campo de oportunidades, cabe preguntarse si el diálogo artístico curatorial puede darse el lujo de entregarse al ludo tecnológico o lingüístico y mediático ¿tenemos los peruanos tiempo para perder de esta manera? Si pensamos en “los peruanos” como barranquinos tal vez sí, como sanisidranos no, porque más importante es enfocarse en temas más directamente rentables en términos financieros y políticos. Como peruanos ¿alguien se pregunta eso? ¿acaso la fantasía de la condición de “ciudadanos globales” nos permite al sofisticado mundo del arte preguntarnos eso?
Como no somos más que simples artistas y curadores, tenemos que hacer desde nuestras trincheras de artistas o curadores (por ahora, mientras no tengamos el ministerio correcto necesario). Por esa razón es que, por ejemplo, en sociedad con Fernando Oballe quien habla con ustedes lleva adelante desde 2009 una institución, Epicentro Cusco, que espera poder, en el largo plazo, por lo menos desplazar el centro artístico o crear un centro alternativo a Lima en una representativa ciudad del pobre sur andino, el Cusco. Hicimos en 2009 Cita a Ciegas, encuentro internacional de performance con 69 performistas de 12 países y 120 actividades performáticas en 30 puntos distintos del Cusco durante un mes. Lo hicimos no tanto por la performance y menos por los artistas, sino para dar inicio desde nuestro campo a ese enfoque en la provincia en un lugar que es estratégico desde el punto de vista andinoamericano, para abrir enfáticamente nuestro diálogo con la población local (todo ocurría en espacios abiertos, sin invitaciones ni convocatorias a la gente de arte, sino “apareciendo” en medio de la vida en la ciudad), para hacer notoriamente en el espacio público sin necesidad de institucionalidades financieras validantes (lo hicimos con nuestro propio dinero personal ahorrado con esfuerzo, y sin asociarnos a ninguna institución limeña, sí a varias del Cusco).
Aunque no sesgamos un concepto de performance consecuente con lo que hasta aquí he dicho, si sesgamos la estrategia de selección de performistas y performances hacia una no-curaduría, renunciando a ejercer análisis y crítica, a pilotear con concepciones y juicios artísticos, ideando un sistema casi “automático” de autoselección libre de toda evaluación de antecedentes artísticos, pero metódico en exigir claridad de planificación logística y ejecutoria que dieran cuenta de profesionalismo y compromiso con el propio trabajo. De alguna forma intentamos desplazar el centro del arte desde el poder simbólico de las instituciones, los curadores y los artistas más visibles, hacia el ejercicio práctico y vital de las personas. Quizás por ello muchas de ellas no provenían del medio artístico plástico ni conceptual de sus países de origen, y aunque tuvimos “museables” como Jerry B Martin, “conocidos” como Christians Luna, o “gestores” como la argentina Nelda Ramos o el holandés Harm Lux, también tuvimos marginales felices y auténticos como el peruano Alan Pool, quien se convirtió casi en estrella del evento, entre varios otros performistas que trabajan en sus países sin rondar curadores ni centros culturales. La ciudad nos dio un recibimiento bastante frío, diríamos; tarde nos explicaron –en una reunión de despedida- que incluso había habido un conato de bloqueo organizado contra nosotros por personas locales porque veníamos de Lima y usurpábamos su ciudad. Algo en lo que hicimos por las calles los contuvo a observarnos antes de precipitarse a actuar, pero constatamos esos desencuentros y desintegraciones de las que hablamos antes, lo que nos reafirma en nuestro objetivo final y en lo que deberemos hacer distinto en la segunda edición del evento, que ocurrirá el 2011.
Entre tanto, en Lima, en sociedad con Diana Liz Trigueros, empezamos en abril pasado a llevar adelante el proyecto Apartamento de Arte TUMAY, en el que no somos curadores sino apartamentistas, anfitriones amables de proyectos performáticos esta vez sí sesgados, performances en las que desaparecen, o al menos se diluyen, el “espectador”, el “espectáculo” o la “escena artística” (por eso decimos que el Apartamento de Arte es un apartamiento de las estáticas del sistema artístico). No cerramos las puertas a propuestas distintas a esto, pero sí estimulamos la fusión con lo cotidiano y con lo social. Empezamos el proyecto con una performance que diría de “topografía histórica”, Tu Morro W de Daniel Barclay (que puede leerse “tumorrow”, “mañana”), en la que la acción ocurre desde el Apartamento en Barranco hasta el Morro Solar en Chorrillos, en la que nadie pudo ser espectador aunque quisiera (había que usar el propio cuerpo con tanta concentración que era imposible), y en la que la separación entre arte, pregunta identitaria e interpelación histórica desaparecen: debíamos todos emular por poses fijas de 3 minutos, arriba en el Morro Solar bajo la inclemencia del viento y la tierra, las figuras aprendidas -de cuadros de Edna Velarde o fotografías históricas- de oficiales, soldados y civiles peruanos abatidos o ultrajados en el traumático episodio que va de 1879 a 1883. Nadie pudo sustraerse a revivir la herida del pasado (sea de vergüenza, sea de indignación, sea de rencor), a curar la amputación en una especie de taichí del Pacífico que fusiona equilibrio mente-cuerpo en el presente con reflexión ideológica hacia el futuro. Un paso importante si queremos caminar hacia un reto que valga la pena para una visión desde el arte.
INCLUYE EL TEXTO PRESENTADO POR EMILIO SANTISTEBAN
13 de mayo 2010. Aula de Grados del Centro Cultural de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Texto de mi intervención en la mesa del coloquio.
Agradezco al Museo de Arte de la Universidad por haberme convocado a coloquiar con ustedes esta tarde.
Bajo el título Arte y curaduría y el subtítulo Nuevas visiones y otros retos, San Marcos nos propuso preguntarnos por cuatro aspectos: Las problemáticas y crisis de las políticas culturales; el profesionalismo en la multidisciplinariedad; los espacios y la renovación; y las practicas desde el diálogo curador – artista / artista – curador.
La lista es amplia, diversa y divergente. Permítanme estructurar lo solicitado de un modo conveniente a mis limitaciones y, por supuesto, a mi sesgo e intenciones deliberadas.
Prefiero pensar en visiones necesarias antes que nuevas, y en retos realmente otros, distintos a los que la curaduría de arte y el arte contemporáneo acostumbran ponerse. Estos retos y visiones en un país multinacional requieren una multidisciplinariedad ad hoc y un profesionalismo también ad hoc que no pasan por el competivismo transnacional bullente entre los agentes artísticos.
Las políticas culturales, siempre en crisis, requieren espacios renovados que no necesariamente son aquellos en los que usualmente pensamos de modo triunfalista los artistas y curadores de arte en este periodo de globalización comunicacional, política y económica en cúspide. Un Museo de Arte Contemporáneo, una sala institucional de arte financiada por algún organismo de cooperación internacional, o una galería de arte que lleva pinturas peruanas a ferias aquí y allá no son más que fiebre financiera disfrazada de sofisticación intelectual, otra táctica de la estrategia del crecimentismo económico que más temprano que tarde nos hará reventar a todos, todos.
Un diálogo entre artista y curador (que cada vez más ocurre al interior de la misma persona individual, o entre dos medias personas que juntas se completan), es fructífero sólo si tiene como interlocutor principal ese espacio amplio de interacción entre creatividad, significación y vida que es la sociedad como conjunto; y lo social, para la gran mayoría de terrícolas es un tema local de pocos kilómetros a la redonda de principio a fin de sus vidas. Mientras el diálogo artístico sea un diálogo transnacional sobre-especializado, como producto y servicio mercantil que es o aspira a ser de alto valor agregado en el comercio internacional, no será respuesta a una necesidad real de una nueva visión de nuestro espacio cultural.
Saltémonos olímpicamente la atención al medio artístico contemporáneo y sus instituciones e intereses aunque tal vez se piense que para hablar de ellos es que hemos venido. Hablemos de la idea de un Ministerio de Cultura, que debería liderar la visión que arremeta los retos no tan nuevos pero indispensables que tenemos, y del que parece que hemos dejado de preocuparnos tras la breve fiebre de debates al respecto hace varios meses.
¿Un Ministerio de Cultura del Perú o de San Isidro?
Las naciones crean ministerios para sus asuntos vitales más complejos, e instituciones de menor envergadura para que ejecuten “en pequeño” las políticas ministeriales “grandes” requeridas por dichos asuntos.
Si la cultura no fuese un asunto complejo y fundamental para que los peruanos caminemos hacia un país feliz y sostenible, no valdría la pena hablar de su ministerio. El Ministerio de Cultura es una necesidad básica para salir adelante porque la cultura es el camino clave para resolver la mayoría de las trabas que hacen de este país el gran cometedor y repetidor de errores que es: su racismo y clasismo, su fragmentación por múltiples incomprensiones, resentimientos y remordimientos, su cultivo del interés de los unos a costa de la exclusión de los otros, su naturalizada corrupción, etc. Baste pensar en nuestra cultura de la desigualdad para empezar a justificar un ministerio.
Es legítimo guardar serias dudas sobre la claridad de visión de un hipotético ministerio de cultura: muchas colectividades son absolutamente invisibles para los sectores dirigentes de la estructura social, muchas realidades culturales solamente existen como mercancía turística, paliativos de malas conciencias o pantallas electorales. Lima lo decide todo, y en ella, a pesar de confluir muchos orígenes del país, sólo ciertos perfiles socioculturales tienen cabida en la esfera oficial y en el poder político y simbólico. En este contexto es que la mayoría de quienes han hablado de crear el Ministerio de Cultura imaginan un ministerio de las industrias culturales, las artes y la conservación monumental, del patrimonio cultural exportable y la tecnología.
Sin negar dichas funciones, lo que más necesitamos es un ministerio que dirija sus principales esfuerzos hacia la cultura como tejido del entendimiento entre sociedades, comunidades, grupos y personas, como ecología de la presencia humana en el territorio, promoviendo y organizando la construcción de una dignidad intercultural. Y es que, con decenas de grupos étnicos y culturales diferentes de los cuales Lima –la que decide- solamente reconoce cuatro o cinco sin necesariamente respetarlos a todos, no podríamos entender otra forma en la que “lo cultural” fuese asunto público de vital importancia.
Si el Estado va a destinar presupuestos, dictar políticas, administrar y ejecutar en cultura, no nos servirá gran cosa que lo haga para exportar más gastones acurios, explotar turísticamente nuestras “riquezas culturales” o crear fondos para las artes. Sin un cambio intercultural real, sólo beneficiaría a esa especie de clúster culturoso asentado en la zona que componen en Lima los distritos de Barranco, Miraflores, San Isidro, parte de Surco y parte de Chorrillos.
No se trata de lo popular urbano o lo tropical andino como recursos fáciles de cierto perfil del mercado del arte coleccionable-museable o del mercado discográfico de espectáculos, del mismo modo que tampoco se trata de impulsar la hyperhibridación mediática como mero juego de posibilidades o como astuto enlace corporativo entre responsabilidad social cultural e industrias de las comunicaciones tecnológicas. Se trata de desjerarquizar nuestra organización como país y las relaciones entre sociedades y comunidades en el territorio. Tarea difícil, pero que igual debemos abordar como debe lucharse contra el calentamiento global aunque todo indique que estamos perdidos. Es que un ministerio peruano de cultura sin un imperativo ético –constructor de un futuro de paz en ciudadanía universal plena- no tiene excusas para existir.
No todo sentido cultural es sano ni sagrado, y por tanto un ministerio de cultura no puede excluir de su mandato un trabajo por la construcción de una inexistente cultura del sentido crítico ciudadano que, por tanto, revierta no solamente nuestras culturas de la exclusión y conflicto, sino también las de corrupción, informalidad e improvisación, y sobre todo esa cultura urbana (y todavía artística) de la apolitización, que no es otra cosa que promover la ignorancia y desarticulación social del individuo.
La interdisciplinariedad profesional que interesa tener es aquella que permita un ministerio cultural capaz de “negociar” sus asuntos con otros ministerios de igual a igual: con Agricultura y Ambiente edificar políticas sobre derechos culturales y de recursos naturales de las culturas campesinas, frecuentemente atacadas por el “desarrollo” que las ignora; con Comercio Exterior y Turismo, y Relaciones Exteriores el derecho de administración comunitaria de recursos culturales, y el respeto de las tradiciones menos “rentables” desde la perspectiva del mercado y geopolítica globales; con Defensa, Interior y Justicia el pleno y cabal respeto a la vida, dignidad, existencia y reconocimiento para las etnias menos incluidas; con Economía y Finanzas, Energía y Minas, Producción, y Trabajo y Promoción del Empleo una política en la que las inversiones no pisoteen los derechos culturales de ninguna comunidad e incluyan a todas en las oportunidades de acceso al bienestar sin sacrificar sus culturas; con Educación una política educativa multilingüe de calidad para todos y adaptada plenamente a la historia, geografía y usos locales en el seno de toda comunidad cultural; con Mujer y Desarrollo Social políticas integradoras que corrijan nuestras exclusiones de género y edad, tan culturalmente arraigadas; con Transportes y Comunicaciones una verdadera integración intercultural y diálogo mediante la infraestructura y uso de las comunicaciones; con Salud el respeto y promoción del conocimiento medicinal ancestral acumulado; con Vivienda, Construcción y Saneamiento que las más apartadas comunidades culturales no sigan perdiendo a las generaciones que les dan continuidad a causa de la falta de infraestructura y servicios en sus territorios; y en el seno de la Presidencia del Consejo de Ministros velar porque la cultura -entendida en estos términos- sea eje central del planeamiento estratégico nacional sin ser empleada como instrumento de manipulación política.
El diseño legal de este ministerio crea viceministerios de Patrimonio Cultural, de Fomento de las Artes y las Letras, y de Ciencia y Tecnología, pero olvida un viceministerio dedicado expresamente a los Derechos Culturales y la inclusión intercultural para integrarnos entre nosotros y en América Latina, y tampoco proyecta uno para promover una cultura de ciudadanía y derecho en un país culturalmente corrupto, ni siquiera órganos de línea dedicados a tales asuntos bajo alguno de los viceministerios sí incluidos. Nada de eso. Contempla más error histórico a pesar de declaraciones de objetivos y finalidades relativas a la integración cultural de todos los peruanos que no guardan coherencia con la estructuración y funciones esbozadas. Por el contrario, parece atender una perspectiva centrada en el cultivo de mentalidades mercadoglobales, de las artes, las ciencias e industrias que están acabando con el planeta, y la gestión rentista del patrimonio histórico y monumental.
En un país en el que Lima impuso a Alan García en el poder, no reaccionó con altura ante la tragedia de Bagua, insiste en ignorar las urgencias planteadas por la CVR, y olvida mañana la corrupción destapada ayer, podemos sospechar las razones para no concebir un ministerio descentralizado que logre pluriculturalizar la conceptualización misma de los asuntos culturales.
No sorprende que nada de esto parezca tema interesante a nuestros círculos intelectuales del arte contemporáneo en Lima. Centrados, como siempre hemos estado, en nuestro mundillo elitista del arte, nos dejamos cautivar y obnubilar por las posibilidades que el capitalismo financiero ofrece a la realización de nuestras fantasías, sin importar su pertinencia sino enfocados en lo que ello puede significar en términos de desarrollo profesional individual o satisfacción de expectativas simbólicas de grupo. En este campo de oportunidades, cabe preguntarse si el diálogo artístico curatorial puede darse el lujo de entregarse al ludo tecnológico o lingüístico y mediático ¿tenemos los peruanos tiempo para perder de esta manera? Si pensamos en “los peruanos” como barranquinos tal vez sí, como sanisidranos no, porque más importante es enfocarse en temas más directamente rentables en términos financieros y políticos. Como peruanos ¿alguien se pregunta eso? ¿acaso la fantasía de la condición de “ciudadanos globales” nos permite al sofisticado mundo del arte preguntarnos eso?
Como no somos más que simples artistas y curadores, tenemos que hacer desde nuestras trincheras de artistas o curadores (por ahora, mientras no tengamos el ministerio correcto necesario). Por esa razón es que, por ejemplo, en sociedad con Fernando Oballe quien habla con ustedes lleva adelante desde 2009 una institución, Epicentro Cusco, que espera poder, en el largo plazo, por lo menos desplazar el centro artístico o crear un centro alternativo a Lima en una representativa ciudad del pobre sur andino, el Cusco. Hicimos en 2009 Cita a Ciegas, encuentro internacional de performance con 69 performistas de 12 países y 120 actividades performáticas en 30 puntos distintos del Cusco durante un mes. Lo hicimos no tanto por la performance y menos por los artistas, sino para dar inicio desde nuestro campo a ese enfoque en la provincia en un lugar que es estratégico desde el punto de vista andinoamericano, para abrir enfáticamente nuestro diálogo con la población local (todo ocurría en espacios abiertos, sin invitaciones ni convocatorias a la gente de arte, sino “apareciendo” en medio de la vida en la ciudad), para hacer notoriamente en el espacio público sin necesidad de institucionalidades financieras validantes (lo hicimos con nuestro propio dinero personal ahorrado con esfuerzo, y sin asociarnos a ninguna institución limeña, sí a varias del Cusco).
Aunque no sesgamos un concepto de performance consecuente con lo que hasta aquí he dicho, si sesgamos la estrategia de selección de performistas y performances hacia una no-curaduría, renunciando a ejercer análisis y crítica, a pilotear con concepciones y juicios artísticos, ideando un sistema casi “automático” de autoselección libre de toda evaluación de antecedentes artísticos, pero metódico en exigir claridad de planificación logística y ejecutoria que dieran cuenta de profesionalismo y compromiso con el propio trabajo. De alguna forma intentamos desplazar el centro del arte desde el poder simbólico de las instituciones, los curadores y los artistas más visibles, hacia el ejercicio práctico y vital de las personas. Quizás por ello muchas de ellas no provenían del medio artístico plástico ni conceptual de sus países de origen, y aunque tuvimos “museables” como Jerry B Martin, “conocidos” como Christians Luna, o “gestores” como la argentina Nelda Ramos o el holandés Harm Lux, también tuvimos marginales felices y auténticos como el peruano Alan Pool, quien se convirtió casi en estrella del evento, entre varios otros performistas que trabajan en sus países sin rondar curadores ni centros culturales. La ciudad nos dio un recibimiento bastante frío, diríamos; tarde nos explicaron –en una reunión de despedida- que incluso había habido un conato de bloqueo organizado contra nosotros por personas locales porque veníamos de Lima y usurpábamos su ciudad. Algo en lo que hicimos por las calles los contuvo a observarnos antes de precipitarse a actuar, pero constatamos esos desencuentros y desintegraciones de las que hablamos antes, lo que nos reafirma en nuestro objetivo final y en lo que deberemos hacer distinto en la segunda edición del evento, que ocurrirá el 2011.
Entre tanto, en Lima, en sociedad con Diana Liz Trigueros, empezamos en abril pasado a llevar adelante el proyecto Apartamento de Arte TUMAY, en el que no somos curadores sino apartamentistas, anfitriones amables de proyectos performáticos esta vez sí sesgados, performances en las que desaparecen, o al menos se diluyen, el “espectador”, el “espectáculo” o la “escena artística” (por eso decimos que el Apartamento de Arte es un apartamiento de las estáticas del sistema artístico). No cerramos las puertas a propuestas distintas a esto, pero sí estimulamos la fusión con lo cotidiano y con lo social. Empezamos el proyecto con una performance que diría de “topografía histórica”, Tu Morro W de Daniel Barclay (que puede leerse “tumorrow”, “mañana”), en la que la acción ocurre desde el Apartamento en Barranco hasta el Morro Solar en Chorrillos, en la que nadie pudo ser espectador aunque quisiera (había que usar el propio cuerpo con tanta concentración que era imposible), y en la que la separación entre arte, pregunta identitaria e interpelación histórica desaparecen: debíamos todos emular por poses fijas de 3 minutos, arriba en el Morro Solar bajo la inclemencia del viento y la tierra, las figuras aprendidas -de cuadros de Edna Velarde o fotografías históricas- de oficiales, soldados y civiles peruanos abatidos o ultrajados en el traumático episodio que va de 1879 a 1883. Nadie pudo sustraerse a revivir la herida del pasado (sea de vergüenza, sea de indignación, sea de rencor), a curar la amputación en una especie de taichí del Pacífico que fusiona equilibrio mente-cuerpo en el presente con reflexión ideológica hacia el futuro. Un paso importante si queremos caminar hacia un reto que valga la pena para una visión desde el arte.
De El Comercio: Cuando el arte se pone en la mira
LOS NUEVOS ESPACIOS PARA EL ARTE CONTEMPORÁNEO, EL PORQUÉ NO EXISTE UN MUSEO Y EN QUÉ SE DIFERENCIA EL ARTE MODERNO DEL POPULAR FUERON TEMAS DE DEBATE EN EL C.C. DE SAN MARCOS
Domingo 16 de Mayo del 2010
En el C.C. San Marcos hay un tema que ha convocado a personajes claves en las plásticas peruanas: el arte contemporáneo. Críticos, curadores, artistas, historiadores del arte… el motivo es dar visibilidad a un tema que está ante ellos. Sobre todo en ese espacio, con la exposición Colección de Arte Contemporáneo del Museo de Arte de San Marcos.
La primera mesa (Emilio Santisteban, Rodrigo Quijano y Alfredo Márquez) traza, casi como una actitud política, el papel del artista y curador y los espacios que se forjan ambos más allá de lo establecido. Empieza Santisteban: “Las políticas culturales requieren espacios renovados que no necesariamente son aquellos en los que usualmente pensamos de modo triunfalistas los artistas y curadores de arte en este período de globalización un museo de arte contemporáneo, una sala financiada por algún organismo de cooperación internacional o una galería que lleva pinturas peruanas a ferias no son más que fiebres financieras disfrazadas de sofisticación intelectual”.
Lo grafica Quijano: “Arte y curaduría hace tiempo que actúan como si fueran a veces lo mismo y a veces exactamente lo opuesto a lo que se supone deberían responder en el sistema artístico dominante. No solo ha surgido la idea de tener un espacio propio de interese mutuos por fuera del sistema de consenso, del sistema mercantil y de valoración y del coleccionismo estéril que va en beneficio de lo privado, sino se ha descubierto la necesidad de crear nuevos espacios y nuevos resquicios por los cuales nuevas imágenes y posibilidades intervengan en algo llamado un proceso real”.
Lo personifica Alfredo Márquez: “La posibilidad de trabajar sobre una construcción de discurso no solo es un trabajo plástico, sino un proyecto que me lleva a confrontarlo con la gente y ponerlo en valores. Es una posibilidad de afirmación que no solo se encuentra mediada por el capital”.
ESPACIOS Y ETIQUETAS
La segunda mesa (Pedro Pablo Alayza, Herbert Rodríguez y Élida Román) abre la discusión sobre por qué no hay un museo de arte contemporáneo en el Perú y apunta hacia esa diferenciación que se da en torno al arte moderno y arte popular. Lo inicia Alayza: “No tenemos una iniciativa pública. En el Instituto Nacional de Cultural y el hipotético Ministerio de Cultura no se habla de arte contemporáneo. No se considera ni está previsto en los planes construir un museo de AC a nivel público. El Gobierno y Estado Peruano no tienen interés en ese proyecto. Quizá estemos teniendo la ida de que un museo de AC es la única posibilidad de desarrollo del arte contemporáneo en el Perú. Hay múltiples posibilidades y podrían haber más de un museo”.
Herbert Rodríguez apunta hacia las distinciones planteadas en el arte: “Para un Perú de ciudadanos en que no se diferencian sus expresiones culturales, donde ninguno está en un plan superior o de mayor visibilidad, me imagino que hay un arte peruano que no debería estar separado lo popular y lo contemporáneo sino coexistir”. Y abre los cuestionamientos: “La metodología de la Universidad Católica, cómo un modelo se repite a lo largo de décadas y enajena a los estudiantes para que generaciones sucesivas giren en torno a un modelo y lo repita con la plena convicción que eso es el arte con mayúsculas”
Élida Román comulga con Herbert Rodríguez en que las etiquetas no deberían estar más en el arte, en que esos métodos de enseñanza deberían replantearse y resalta lo que se está pasando aquí desde hace veinte años. Por eso habla del papel del curador, de ese hombre que teje una muestra y dialoga con el artista. Porque lo que hay acá es un diálogo. Un diálogo -finalmente- necesario y vital para seguir en pie.
OPINIONES
PEDRO PABLO ALAYZA. HISTORIADOR DEL ARTE
“Todo este movimiento ha sucedido en 15 años. Yo me pregunto por qué con tanta actividad y voluntad para salir adelante no se concreta el museo de arte contemporáneo. ¿Por qué no?”
ÉLIDA ROMÁN. CRÍTICA Y CURADORA
“El tema del Museo de Arte Contemporáneo de Barranco se ha entendido mal. No se trata de un espacio para exhibir la colección privada de un grupo de personas sino un espacio para los artistas”.
HERBERT RODRÍGUEZ. ARTISTA Y DIRECTOR DEL AVERNO
“¿Por qué habría de diferenciar con arte contemporáneo la calidad de obra de los maestros artesanos?” (...) El maestro artesano está postergado”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario